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Concierto INEM Villavicencio 40 años: El concierto oculto.

Tengo que confesarlo: ¡no estuve en el concierto! Si estar en un concierto significa sentarse cómodamente frente al escenario, escuchar atentamente, aplaudir, murmurar algo al que está al lado, entonces, me lo perdí. Y eso no es lo peor. Estando en el mismo lugar, dentro del auditorio, no pude oírlo. Sin embargo, logré estar presente en el “otro” concierto, el que sonó detrás del escenario.

Creo que las cosas suenan. La expresión resultaría obvia si no hiciera referencia a las cosas que nunca esperaríamos que sonaran. Dentro de un concierto siempre existe otro, (Jhon Cage lo entendió así cuando estrenó su obra 4’:33’’) y es precisamente ese, el segundo, “El concierto oculto” el más difícil de escuchar. Camerinos repletos de estudiantes, instrumentos, atriles, sillas, mesas, espejos, planchas para el cabello, maquillaje, chistes y hasta una espada de juguete, sería imposible ignorar todo este ruido sonido (preferiría usar la palabra “ruido” pero sé que, injustamente, para la mayoría su significado es negativo). Las cosas suenan y se extinguen, cuando dejan de sonar ya están muertas. Creo que por esto nos asusta la muerte, por su silencio.

“El concierto oculto” empieza a sonar mucho antes que  la primera nota inunde el auditorio. Minutos, horas e incluso días antes. El sonido profundo del contrabajo al caerse durante uno de los ensayos es un lujo acústico del que pocas veces se puede disfrutar. Nadie osaría repetirlo conscientemente so pena de que su instrumento sufra daños irreparables. (No fue nuestro caso afortunadamente).

Con un timbre completamente distinto, pero no menos interesante por lo sutil y ligero, se escuchó vibrar hasta el límite una de las cuerdas del Cello. No soportó la ansiedad, supongo, y se rompió a tan sólo pocos minutos de empezar el concierto público. 

En ambos casos, más allá de lo interesantes, únicos y hasta exóticos de aquellos sonidos, el resultado que se produce es envidiable. Pocas cosas logran afectar, movilizar y sorprender tanto a los oyentes como estas. Pocos compositores logran resultados tan efectivos con tan pocos sonidos.



Un concierto oculto, pocos lo oyen. Bueno, en realidad son muchos, pero pocos lo escuchan realmente. No está hecho de sonidos fortuitos, en realidad cada sonido es preparado, producido y tocado en el momento justo. No tiene ensayos, los sonidos surgen, se mezclan y todos aportan su propia interpretación. El público y los intérpretes son los mismos, es el lugar en el que por fin se supera esta barrera. Este tipo de concierto no se percibe como tal, pues algunos necesitan del ritual que valide su existencia artística. Duchamp hizo que el inodoro se viera distinto al exponerlo en galería, como una obra de arte, eso es, de cierta manera, lo que tenemos que hacer con los sonidos.

Finalmente, lo más significativo de este concierto, fue sin duda, lo inaudible, lo invisible. Nadie la vio pero allí estuvo, tocando, parecía no importarle que la hubiesen dejado sin lugar. Invisible, detrás del escenario tocó tanto o menos que los que estaban en tarima. Eso no importa. Pero esta es quizá la mejor lección que de una fiesta de 40 años se pueda esperar.



LUIS ALFONSO RODRIGUEZ

Maestro en Artes Musicales

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